6 de abril de 2015

Cada rincón guarda su tradición

Cuando se habla de Semana Santa son muchas las opciones que se presentan para pasar unos días de aventuras/descanso tanto en familia, amigos o soledad; unos eligen el mar y sol, otros montaña en modo rural, otros apuran los últimos coletazos en la nieve y muchos aprovechan para viajar y hacer turismo de todos tipos...
Pero lo que son de sobra conocidas son  las actividades procesiones a las que cada año los telediarios dedican una ligera muestra, las particulares formas de expresión sobre esta manifestación religiosa en cada rincón  a cual más singular. En la mayoría de los casos los términos usados para definir ese sentimiento y situación se relacionan con lo serio, lo riguroso, el recogimiento, la emoción, la angustia o el silencio en ocasiones interrumpido por un cántico desgarrador...A la vista de gentes luciendo palmito, aguardando numerosas horas de espera en la calle viendo pasar esbeltos y estilizados personajes encapuchados, rotundos, iguales, todos a una, serenos, pausados, con las mismas cadencias ataviados con telas impolutas, sedosas, brillantes, lánguidas que se anticipan  y dan paso a tronos acarreados que cuentan pasajes de historias dentro de la historia.

Pero existe un lugar en el que los calificativos solemne, silencioso, riguroso, estremecedor no son precisamente acompañamientos a los sustantivos sobre la definición de su semana santa, si no todo lo contrario. “En Moratalla* no se habla, se saluda, se sonríe y te dan una cerveza”, el ruido ensordecedor y caótico de los tambores toma las calles, los bares, tus oídos…una algarabía de alegría, fiesta, color, sonrisas, vino, tortas de bacalao, arroz con habas y alguna que otra afonía al intentar mantener una conversación decente con ellos. Todo está permitido. Vestimentas cosidas con telas de cortinas, sábanas, retales de manteles son la clave del éxito. Los capirotes sin relleno para hacerlo vertical doblados como si fueran monjas y tres días tocando, tocando y tocando sin cesar el tambor. Manos ensangrentadas se ven ya el Domingo. Los redobles, cada uno a su tiempo, suenan y resuenan constantemente creándose un fuerte murmullo de fondo. Los niños integrados en el barullo de túnicas, tambores, palillos, se dejan ver con caras relucientes por aprender, mamando esta pasión desde el principio. ¡Esto o te apasiona o no puedes con ello! dicen por esta tierra a los forasteros que intentan empaparse y conocer la tradición. Y tienen razón.

La casa donde me encuentro está enclavada en el cerro del castillo en una calle estrecha y muy empinada lejos del jaleoso ruido. Cuando más profundamente duermes un golpe seco  te despierta de repente y se entremezcla en tus sueños, acercándose como si fuera anunciar que va a pasar algo, no es una pesadilla. Un solitario tambor se ha salido del circuito, va de camino a su aposento del silencio y la serenidad pero hasta el último segundo no puede dejar de resonar. ¡Tremendo!... Vuelves a conciliar el sueño y vuelve a ocurrir, así sucesivas veces. Alborotada por el trajín de despertares un fogonazo de luz te levanta en la mañana. Unas vistas maravillosas al campo te dan los buenos días y el soniquete lejano te avisa que ya están los tambores sonando. De nuevo comienza la jornada. Es viernes santo hoy toca arroz con habas y atún en escabeche, es la hora de la comida pero los tambores no dejan descanso. La tarde sucede aún más ruidosa si cabe. Más túnicas coloridas salen a ondear su volante tobillero, los cristales no paran de vibrar, las superficies lisas entran en resonancia, la cabeza empieza a volverse tarumba. Una explosión de alegría estalla en su trazado musulmán. Son las 10 de la noche. Una procesión como las tradicionales de otros sitios avanza despacio por las callejuelas irregulares. Los tambores no se detienen. Intentan apagar la luz, intentan poner silencio para que pase el cortejo fúnebre, pero los tambores no quieren dejar de sonar. El silencio se mezcla con la jarana. La provocación se hace dueño de Moratalla. El sábado hay descanso, necesario y reparador, no hay nadie por las calles. Los tambores también descansan. El Domingo vuelve el estruendo apoderarse del silencio. Tan solo cesa unos instantes para recibir al “Cristo resucitado” que sale a bendecir todos los campos. El sol, el color y el pum pum pum se apoderan de mi corazón.

Para muestra un botón
Moratalla, pueblo en la serranía murciana y su particular Semana Santa
 

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