16 de marzo de 2016

40+5

Solo recuerdo que se llamaba Marta. 21 días después. La temperatura era confortable. La luz tenue. La música venía desde una esquina de aquella habitación número 1. Ella era joven, dulce y sabía muy bien cómo ganarse el corazón en esos momentos tan vulnerables. El mío se lo ganó. El de mis acompañantes también. Era un ángel personificado, morenaza de pelo lacio, brillante y abundante, una voz delicada y apaciguadora.

Un trabajo organizado en equipo. Un parto humanizado. El dolor iba y venía. Concentrarse en la respiración era el objetivo. Dejar la mente en blanco. Las caras se volvían pálidas hasta quemar la imagen completamente. Un pinchazo en la espalda prolongado. De nuevo volvía la nitidez y el color a mi vista. La percepción del tiempo se había esfumado. Siento miedo. Los recuerdos de la vez anterior embriagan mi pensamiento y el  echar de menos a mi padre se hace más agudo. Pasan las horas y el proceso continua en marcha favorablemente. Sigo escéptica. Pitidos, constantes, contracciones, dilatación, sueros… el dolor está controlado, se abre la puerta sola, se enciende la luz como un fogonazo, entra y sale personal especializado, me exploran, me hablan cariñosamente, me dan aliento, hablan entre ellas, comentan, la cosa parece ir bien pienso entre pujo y pujo, esta vez Sí que va a ser posible el parto. Sonrío y me siento bien por ello aunque reconozco que con mucho miedo.

De nuevo llega la calma, la luz se viene abajo, la música se oye más fuerte y enérgica pues ha empezado un programa de rock en la radio. El ángel la cambia para hacer el momento más placentero. Un rato que se agradece de descanso. Mi madre y R. conversan animadamente mientras cierro los ojos por un momento. Una aterciopelada voz me despierta sutilmente advirtiéndome que va a comenzar el parto. ¿Ya? La dilatación ha sido completada con éxito. El miedo me sacude de nuevo haciéndome tiritar las piernas fuertemente y entrando en un estado de sudor frio ante semejante situación. Un ejército perfectamente ordenado irrumpe en la sala con celeridad. Decididos veo preparar cacharos a mi derecha e izquierda, la cama se transforma, mis piernas suben al alza y una serie de preguntas y directrices me bombardean cerca de mi mejilla. El objetivo está cerca. Mi corazón se agita progresivamente. Muchas palabras llegan a mis oídos de distinta procedencia pero con el mismo mensaje: ¡venga que eres una campeona lo estás haciendo muy bien!. Muy diferente a la primera vez. La tos no me deja concentrarme demasiado en el asunto. El esfuerzo empieza a causar sudores, cansancio y emoción…está llegando…no he sido consciente de lo rápido de este instante pero en tres empujones fuertes y con la ayuda de los medios y de tanto personal mi pequeño ya está en mi pecho, piel con piel. R. y yo nos miramos y lo miramos absortos ante tan bonita criatura. Su piel caliente y suave como el terciopelo me enternece “sobremaneramente”. El personal empieza a desaparecer, cada uno ha desempeñado su cometido mientras nosotros seguimos contemplando lo que la naturaleza crea de forma asombrosa. Pasan unos minutos, se despiden y dan la enhorabuena los últimos profesionales en aquel espacio. La luz se desvanece considerablemente. Me devuelven a mi niño con un gorrito y arropado en una mantita. Marta se encarga de engancharlo a mi pecho. Ella lo ha gestionado todo. El bebé está succionando con vehemencia. Otro milagro de la naturaleza. Me quitan cables, los pitidos dejan de sonar, solo se escucha un susurrito leve del recién llegado  que está enganchado mamando. Esto es la auténtica Felicidad pienso en esos momentos. Me acuerdo mucho de primer hijo. Estoy satisfecha de haberlo conseguido. Ahora ya somos 4.

Dedicado a Marta, matrona residente y mi ángel, y a todo el fabuloso personal del maternal de la Arrixaca.