30 de abril de 2015

Carta de despedida a mi abuelo

Querido Abuelito
Hace algo más de 20 meses que llegué a este mundo gracias a tu insistencia. “Tú querías ser abuelo y yo quería ser tu nieto”. Quien iba a saber que ibas a poner los ojos como un chinito cuando me veías aparecer, agitando mis ricitos dorados y que te hiciera sentir tan feliz. Todos hemos vivido esa felicidad juntos y contigo. Un domingo primaveral empezaste a despedirte sin nosotros saberlo. Tu cuerpo envió avisos. Nosotros no los recibimos. Unos días más tarde todo se tiñó de oscuro. Algo que parecía subsanable con una cierta facilidad empezó a desencadenar una serie de infortunios. Mensajes, llamadas, nervios, esperas, lágrimas y abrazos fue lo que secundó. Unas horas interminables, unos días intensos y ansiosos, pero yo seguía dando felicidad. Nunca habías estado enfermo por eso tenías tanto miedo al final.

Eras un hombre muy fuerte de estatura más bien escasa pero de apariencia robusta y afable. Tus gafas de pasta negra delataban una gran cultura detrás. Maestro, director, padre y finalmente abuelo como tanto habías deseado. Fuiste ejemplo en tu trabajo. Muy orgulloso contabas a mis papás tus avances en la docencia y que no dudabas en compartir, transmitiéndolo a otros colegas maestros, de población en población. Aunque pasaron unos años y ya estabas jubilado la gente te recordaba con mucho cariño como Don Manuel mientras esbozaban una sonrisa y sus miradas se acristalaban. Siempre acompañado de tu inseparable esposa Doña Mº Carmen, mi abuelita, a la que antiguos alumnos también recordaban con mucha emoción. Formasteis un tándem genial. Misma profesión. Mismo colegio. Tres hijos en común. Os conocisteis en un pueblo recóndito andaluz en la serranía de Málaga. Allí vuestro destino se cruzó. Una burgalesa y un moratallero formalizaron su relación. En Molina creasteis un fuerte. En Los Conejos un paraíso. En la playa pasabais una temporada y en Moratalla acudíais para las fiestas. En la peña 24 tenías tu sitio privilegiado donde ofrecías tapas a todo el que por allí pasaba. Siempre me acordaré de tu último arroz con habas y atún de viernes santo del que yo mismo te ayudé a pelar las habas.
Apasionado del cine disfrutaste muchos años dirigiendo un cine club, mi papá me cuenta que hasta él hizo de acomodador. Llegaste a montar tu propia sala de cine en la casa del campo hoy conocida como la habitación del billar. En el porche pasabas muchísimas horas contemplando tu vergel, la piscina, la naturaleza…Sobre tu mesa de manises de aire andalusí, que fabricabas tú mismo, te metías de lleno en la lectura mientras degustabas medio litro de agua con naranja para desayunar. El periódico todos los días. La siesta en tu sillón. Tu vasito de buen vino. Un libro por destripar. Las noticias del telediario. Las películas en tu rincón. Los tomates y naranjas de tu huerto sin fumigación. Un viaje a Marruecos con mis otros abuelos. Siempre con grandes amigos. Comidas degustación. Disfrutabais de la buena gastronomía y de los caldos color pasión. Las partidas de dominó en el casino, en el restaurante de Punta Prima con tus amigos. Conducir no era tu fuerte ni santo de tu devoción.
Viviste como quisiste y te vas rápido sin decir adiós. Querías que tus hijos tuvieran una “vida ordenada” y entonces llegué yo. Yo era “tu pequeñín” y siempre lo seguiré siendo. Tan solo se escribir la O. Ha pasado todo tan deprisa. ¿Qué serán de las comidas familiares de cumpleaños que hacíais a mi tita y mi papá ahora que no vas a estar tú?. Tu deliciosa pata  asada que era ya una tradición. Tendrá que hacerla mi padre con tu receta canaria y con mucho amor. Moratalla llora tu ausencia y nosotros nos quedamos con un gran vacío dentro. Un enorme espacio has dejado que ahora llenamos con tus recuerdos. Muchos. Muchísimos. Solo nos acordamos de lo bueno y todo lo mejor. A mi madre la acogiste como a una hija. A mis otros abuelos, tíos y primos los recibiste con agrado, cariño y educación como si fueran de tu propia familia. Tus hermanos y sobrinos te echarán mucho de menos. Tus hijos y esposa te quieren un montón. Nadie presagiaba este repentino desenlace. Tu infancia no fue nada fácil por los tiempos que corrían pero has conseguido muchas cosas gracias a un inmenso esfuerzo y mucha dedicación, contando por supuesto con mi abuela para todo y en toda ocasión. Que voy a decir yo que la gente ya no sepa que fuiste una excelente persona y te recordaremos, todos, en lo más hondo de nuestro corazón.
A ti abuelito
Tu pequeñín, siempre

 


6 de abril de 2015

Cada rincón guarda su tradición

Cuando se habla de Semana Santa son muchas las opciones que se presentan para pasar unos días de aventuras/descanso tanto en familia, amigos o soledad; unos eligen el mar y sol, otros montaña en modo rural, otros apuran los últimos coletazos en la nieve y muchos aprovechan para viajar y hacer turismo de todos tipos...
Pero lo que son de sobra conocidas son  las actividades procesiones a las que cada año los telediarios dedican una ligera muestra, las particulares formas de expresión sobre esta manifestación religiosa en cada rincón  a cual más singular. En la mayoría de los casos los términos usados para definir ese sentimiento y situación se relacionan con lo serio, lo riguroso, el recogimiento, la emoción, la angustia o el silencio en ocasiones interrumpido por un cántico desgarrador...A la vista de gentes luciendo palmito, aguardando numerosas horas de espera en la calle viendo pasar esbeltos y estilizados personajes encapuchados, rotundos, iguales, todos a una, serenos, pausados, con las mismas cadencias ataviados con telas impolutas, sedosas, brillantes, lánguidas que se anticipan  y dan paso a tronos acarreados que cuentan pasajes de historias dentro de la historia.

Pero existe un lugar en el que los calificativos solemne, silencioso, riguroso, estremecedor no son precisamente acompañamientos a los sustantivos sobre la definición de su semana santa, si no todo lo contrario. “En Moratalla* no se habla, se saluda, se sonríe y te dan una cerveza”, el ruido ensordecedor y caótico de los tambores toma las calles, los bares, tus oídos…una algarabía de alegría, fiesta, color, sonrisas, vino, tortas de bacalao, arroz con habas y alguna que otra afonía al intentar mantener una conversación decente con ellos. Todo está permitido. Vestimentas cosidas con telas de cortinas, sábanas, retales de manteles son la clave del éxito. Los capirotes sin relleno para hacerlo vertical doblados como si fueran monjas y tres días tocando, tocando y tocando sin cesar el tambor. Manos ensangrentadas se ven ya el Domingo. Los redobles, cada uno a su tiempo, suenan y resuenan constantemente creándose un fuerte murmullo de fondo. Los niños integrados en el barullo de túnicas, tambores, palillos, se dejan ver con caras relucientes por aprender, mamando esta pasión desde el principio. ¡Esto o te apasiona o no puedes con ello! dicen por esta tierra a los forasteros que intentan empaparse y conocer la tradición. Y tienen razón.

La casa donde me encuentro está enclavada en el cerro del castillo en una calle estrecha y muy empinada lejos del jaleoso ruido. Cuando más profundamente duermes un golpe seco  te despierta de repente y se entremezcla en tus sueños, acercándose como si fuera anunciar que va a pasar algo, no es una pesadilla. Un solitario tambor se ha salido del circuito, va de camino a su aposento del silencio y la serenidad pero hasta el último segundo no puede dejar de resonar. ¡Tremendo!... Vuelves a conciliar el sueño y vuelve a ocurrir, así sucesivas veces. Alborotada por el trajín de despertares un fogonazo de luz te levanta en la mañana. Unas vistas maravillosas al campo te dan los buenos días y el soniquete lejano te avisa que ya están los tambores sonando. De nuevo comienza la jornada. Es viernes santo hoy toca arroz con habas y atún en escabeche, es la hora de la comida pero los tambores no dejan descanso. La tarde sucede aún más ruidosa si cabe. Más túnicas coloridas salen a ondear su volante tobillero, los cristales no paran de vibrar, las superficies lisas entran en resonancia, la cabeza empieza a volverse tarumba. Una explosión de alegría estalla en su trazado musulmán. Son las 10 de la noche. Una procesión como las tradicionales de otros sitios avanza despacio por las callejuelas irregulares. Los tambores no se detienen. Intentan apagar la luz, intentan poner silencio para que pase el cortejo fúnebre, pero los tambores no quieren dejar de sonar. El silencio se mezcla con la jarana. La provocación se hace dueño de Moratalla. El sábado hay descanso, necesario y reparador, no hay nadie por las calles. Los tambores también descansan. El Domingo vuelve el estruendo apoderarse del silencio. Tan solo cesa unos instantes para recibir al “Cristo resucitado” que sale a bendecir todos los campos. El sol, el color y el pum pum pum se apoderan de mi corazón.

Para muestra un botón
Moratalla, pueblo en la serranía murciana y su particular Semana Santa