La sensación de abrir las ventanillas del coche conforme avanzábamos en el camino dejando entrar la brisa fresca pero seca de la montaña te va dando un recibimiento más que gratificante. Al adentrarse en sus calles estrechas encerradas por fachadas blancas y engalanadas con flores de colores, se huele y saborea ese aroma inexplicable a “pueblo”. Y es que quien no tiene un pueblito se pierde mucho, aunque sea de adopción todos deberían tenerlo. Tras unos minutos callejeando a modo de laberinto árabe llegamos a la puerta de la Casa. Antes de nada miro al balcón desde donde siempre nos recibía atentamente la abuelita y me viene un pasaje lleno de recuerdos de ella. Sin más recreación nos toca sacar los bultos rápidamente, llamar al timbre, subir agitadamente las escaleras y de pronto…zas…se abre la puerta del nuevo hogar. Una explosión envuelta de calidez, dulzura y aromas a vainilla salen despedidos inesperadamente. Buahh…pienso inconscientemente ¡Menudo cambio! Hasta el más pequeño quedó impresionado.
Ni siquiera yo que he sido la maestra de ceremonias de tal
cambio reconozco la casa anterior; ha sufrido modificaciones de distribución,
de materialidad, de luz, de ventilación, aprovechando al máximo el espacio del
que disponíamos y ajustándolo a las nuevas necesidades para las siguientes
generaciones, más miembros de la familia, un uso distinto y más vacacional.
Donde estaba la chimenea sin funcionamiento ahora hay un aseo mínimo y
funcional, lo que era el dormitorio principal se ha convertido en el salón y la
salita de estar se ha unido, mediante un arco rebajado, al espacio central como
zona de comer. De la parte trasera solo se reconoce la cocina, la elección del
pavimento que homenajea a la antigua baldosa hidráulica ha sido un acierto.
Puedes pasarte horas mirándolo y no cansarte…¡qué bonito y qué frescor transmite!
Pero este espacio no tendría ese encanto que emana sin el
mobiliario y los enseres recuperados. Toda una proeza de mi madre que con mucho
mimo, cuidado y muchas horas ha sacado a la luz después de unos años
arrumbados. Un enfoque nuevo le ha dado el valor que se merecían. Mario podrá
decir; que jugó en la lavadora de su bisabuela la cual lava de maravilla
después de ni se sabe cuántos años (ya no se hacen las cosas para que duren
toda una vida), que abrió mil y una vez las puertas y cajones de la cómoda y la
alacena de su tatarabuela (restauradas
en blanco) y que estrenó unas sábanas con las iniciales grabadas M.C., también
de su tatarabuela. Mi sobrino más pequeño descansó en la cuna de barrotes de
tres generaciones anteriores y sus hermanos durmieron en la cama de madera
maciza de su bisabuela. Hasta las bastas sillas decapadas y ensogadas de nuevo
han quedado estilosas. ¡Irreconocibles! Una
mesilla heredada con una lamparita encendida en un rincón hace las delicias por
la noche y la llama de una vela te invita a descansar. La colcha
estrellada elaborada con retales de mis
vestidos en desuso combina con una puerta vieja a la cual se ha revestido de
seda verde brillante a modo de cabecero. El menaje se ha mezclado lo nuevo con
lo que ya existía y alegra encontrar en el fondo de la ensalada el estampado de
flores de la vajilla de la abuela.
Las siestas han sido largas y placenteras y es que dormir
tapado en verano es un lujo para los sentidos aunque cuesta imaginarlo desde el
mismísimo calorazo en el que estos días me hallo. Por las noches el silencio y
el frío serrano nos arropaba bajo la colcha cuidadosamente, hasta que llegaron
las verbenas y del silencio se pasó a un leve soniquete folclórico hasta bien
entrado el amanecer que actuaba como una nana para dormir a grandes y pequeños. ¡Qué a gusto hemos estado!
Hace unos años ponían en la tele un anuncio que mencionaba a
los pueblitos, a sus gentes y sus vacaciones de verano. No hay pueblo que se
precie en el que la gente no se conozca por motes, por anécdotas o por la
profesión a la que se dediquen. Como todos los años, cada agosto cerca del 15
son muchos los reencuentros que se provocan entorno a la “caña y tapa” típica
de la parte más oriental de Andalucía. Este pueblo está en la falda de una
imponente montaña y alejado de pueblos mayores cosa que lo hace más escondido y
protegido del devenir diario, entre los límites de 2 provincias con distinta
autonomía. Se agradece ese carácter de “perdido” y a la vez tan “vivaracho”
pueblo. Mis amigas de toda la infancia, la mayoría con descendencia y
ascendencia de allí, como es también mi caso, nos reunimos para pasar unos
días, contarnos como ha ido el año, como crecen los niños y disfrutar de lo que
nos depara el pueblo y sus fiestas. Pasan los años pero la tradición no se
pierde. ¡Es estupendo poder compartir esos momentos con ellas!
Si cabe más alicientes a la inauguración de la casa, este verano, ha sido más apasionante. El
viernes 15 además del día grande de las fiestas (la verbena más ruidosa y
extensa que recuerdo) fue el primer
cumpleaños de mi hijo. Un acontecimiento que vivimos toda la familia como si de
una boda se tratara…la música en directo, la comida abundante, los dulces “de
siempre” y las copichuelas de mistela y
licor café nos alegraron por unas cuantas
horas.
Y como se dice en la huerta murciana ya está echado
el alboroque a la casa.A la próxima os espero para la feria y la fiesta del cordero segureño por Octubre, invitados quedáis.
No olvidar traer algo de abrigo que refresca por allí arriba.