25 de agosto de 2015

Viaje a ninguna parte

A la memoria de Mi Padre

Un 5 de enero, día de tu 70 cumpleaños, ingresaste en el hospital por tu propio pie pensado que era una simple gastroenteritis y un 5 de Julio te depositamos en el panteón familiar para que descansaras para siempre. 6 meses ha durado esta brutal historia. Justo el día de tu cumpleaños te prometí dedicarte unas palabras  sin poder aventurar la tragedia que iba a suceder. Me remonto a ese día y pienso que eso solo ocurre en la ciencia ficción. Pero no. Me pellizco y todo ha sido en la realidad. Una realidad que cada vez es más común a más familias y nos hace más vulnerables, si cabe. Un triste final anunciado sin remedio alguno. Cuesta digerirlo.
Una terrible enfermedad que ha ido acabando contigo poco a poco sin prudencia. Demasiado tarde. Cuando conocimos la existencia de esa parte dañina en tu organismo todo pasó más rápido y siniestro. Enero fue tremendamente penoso y gélido. Un tornado llegó de repente y nos asoló violentamente. Después apareció la esperanza. Tampoco teníamos demasiada información. Lo mejor es que tú mismo conociste una “verdad a medias” menos dramática y curable. La verdad habría acabado contigo mucho antes. Nosotros habríamos sufrido contigo aún más. En casa no se ha hablado de enfermedades, ni de esperanza de vida, ni de dolor, ni de si el tratamiento hay que aumentarlo, ni de muchas otras cosas que hemos hablado sin que tú supieras, mientras tú, solo querías ponerte bueno. Mientras hacías planes para el día que te encontrabas mejor compartirlo todos juntos, ese día llegaba y no podías ni estar contigo mismo. Querías ir a tu pueblo, a tu casa recién rehabilitada, querías ir un domingo a comer un arroz con la familia, querías ver crecer a tus nietos, querías tantas cosas…Ay Papá, ¡cuánta vida creíamos que tenías y  ésta se ha esfumado de un plumazo! ¡Cuántas cosas nos han faltado vivir juntos! Otras sí que lo hemos disfrutado infinito contigo. ¡Te estoy/voy a echar tanto de menos!

Un terrible destino escrito y anunciado de antemano, que ha transcurrido a la vez con lentitud/rapidez y determinación. Crees en los milagros. Crees en los avances de la ciencia. Crees en la bondad de las personas especialistas en este delicado asunto. ¡Crees y no crees! Un día estás contenta porque ha comido fenomenal. Y otro día te hundes porque ha rechazado hasta la manzanilla. La máquina no funciona bien. La cabeza discurre perfectamente. Te conviertes en una actriz sin serlo. Tienes que actuar en una escena en la que solo te apetece gritar y llorar de impotencia sin embargo cuentas crónicas intentando llenarlas de alegría y cotidianidad. Tus nietos han ayudado enormemente en este proceso. Ellos han sido la alegría que cada día nos ha alimentado para hacer de nosotros esta transformación. Ni una lágrima derramada en tu presencia. Ni una palabra de rabia, ni de tristeza. Hemos asumido desde el principio este camino de espinas a sabiendas del final. Ha sido duro, bastante duro, pero también nos ha enseñado mucho de la vida. Lo cruel y lo bonita que es. Lo frágil y lo fuerte. A valorar el tiempo en segundos. A disfrutar de un día cualquiera a la mesa con niños revoloteando y gritando como bárbaros, a realizar una llamada de consuelo, a algo que no sé ni siquiera explicar con palabras, a estar en paz nosotros contigo y tú con nosotros. A tener que despedirnos sin poder despedirnos. A simplemente estar y darte la mano. A ver tus ojos brillantes y vivarachos deseosos de vida sabiendo que ya nada se podía hacer y contener las lágrimas que querían salir despedidas a cada instante. A esperar lo no esperable. A esperar a que te fueras solo. A esperar como tu organismo se iba consumiendo mientras tu intención era recuperarte. Comprobar la teoría de la Ley de Vida, unos vienen y  otros se van, así en mis propias carnes. La vida y la muerte a la vez. Luz en medio de una noche cerrada. De eso estoy emocionada de habértelo podido anunciar en tu lecho moribundo. ¡Te pusiste tan contento! Momento único, bonito e irrepetible.
No me he atrevido a decirte tantas cosas que me había planteado decirte. He sido una absoluta cobarde. No quería demostrar debilidad pues sabía me emocionaría y solo queríamos darte tranquilidad para que pasaras lo mejor posible los últimos días que te quedaban en esta vida. Tú, papi, me has sorprendido de manera extraordinaria. Tu valentía con la que te has enfrentado a este trasiego impotente, silencioso, sin ningún tipo de queja o lamento, dando ejemplo, un enfermo excepcional decían pasmados el personal sanitario que te atendía cada día. Una fuerza sobrenatural has sacado de tu yo cada vez más huesudo y deshecho. Creo que no has sufrido demasiado. Lo pienso. Luego es.

Ahora, cada noche, cuando el pequeño ya duerme y tengo un momento de reflexión recuerdo con cautela las palabras que me decías con tu particular forma de demostrarme cariño <Hermosa mía>. Tampoco olvidaré como me dijiste refunfuñando desde la cama del hospital con un resquicio de lo que era tu voz <no seas tonta estás preciosa> y que estaríamos mejor en las rebajas de El Corte Inglés. O como días antes de tu ingreso final  comentabas que esa noche habías soñado con gran festín, una mesa llena de comida, cuando nos veías a todos zampar de lo lindo mientras tú hacías todo lo posible por tomarte un simple batido hiperproteico sin éxito. Jamás podía imaginarme que ese sería tu fin.

Te sigo debiendo el post que te prometí en tu cumpleaños, esta vez no ha podido ser…demasiadas lágrimas


¡Tu nietos ya saben que estás en el cielo, cuídalos mucho desde donde estés!