21 de mayo de 2015

en construcción...

Eran las 14:50 horas de una tarde de verano en mi ciudad. A mí alrededor todo parecía sereno, los coches viajan a poca velocidad, los viandantes a paso lento, mientras el sol derretía el asfalto y a todo lo que incidía. A lo lejos estaba él. Conforme avanzaba a su encuentro, las sombras gigantes y fantasmagóricas de los edificios me daban  algo más de aliento. Las calles despedían un fuerte olor a quemado. Con las hojas presionadas fuertemente en mis manos sudadas, intento salvar los obstáculos que encuentro en el camino y de reojo lo vuelvo a mirar. Esa sensación de que nos estamos mirando mutuamente. Él me espera, plácidamente, como cada jueves esta vez más aseado. ¡Esta semana ha cundido el trabajo! Pienso mientras compruebo una lista apuntada en mi libreta de obra. Apenas quedan restos del tajo anterior.

Su esqueleto estaba dañado por los años y años sin uso y sin cubrición. Las heridas en su estructura, sangrantes, por la desidia eran más que evidentes. Algo había quedado refugiado por las medianeras y una ligera malla de tela que dejaba ver sus entrañas. Un estado de desolación. Quizás sus ansias de ser algún día un hermoso edificio le hicieron aguardar a la espera para ser rehabilitado y terminar definitivamente su construcción. Ha pasado mucho tiempo desde el inicio y es posible que lo que antes era una cosa ahora esté en jaque hasta su nombre y la propia forma incluso su definición, original. Es una obra inconclusa que ha sufrido los daños colaterales de una gran transformación y que se siente en desgracia con todos, con él mismo y su progenitor. Finalmente ha tenido mucha suerte y está siendo de nuevo  cuidado, con cariño, con esmero. Él ha sufrido mucho y las reparaciones deben ser cautelosas, programadas y entre manos de algodón. Tanto tiempo que ha pasado solo y herido está abrumado de las visitas diarias para sanarlo y llevarlo al esplendor. Sin abrigo, uso, y roce o desgaste, solo. Su piel aún no está formada pero ya respira y se comunica con los vecinos de los números contiguos. Quiere expresar sus deseos. No puede moverse hacia los lados pero anhela volcarse al exterior. Él se hace estas reflexiones ¿Quién es realmente mi padre y por qué me abandonó? ¿Qué ha pasado durante todo este tiempo? ¿Quiénes han venido a salvarme?, mientras yo sigo explorando las fases de su ejecución.

Una ráfaga de aire templado se cuela por el interior secando aún más las grietas reparadas y desplazando el polvo acumulado por la superficie. El gris se ha convertido en dorado por la potencia de la luz, parecen cuchillos amarillos o sierras afiladas que sesgan hasta los troncos más duros de los palos de hormigón. La luz ha dado sentido a ese espacio muerto, frío y desolador. ¡Hasta parece que sus vellos se han erguido como los míos en ese instante que ha aparecido la intensidad de la luz! La estructura ha tomado forma, sentido e incluso dimensión. Es posible la vida y la resurrección de este edificio sin alma, sin cuerpo, sin piel…que se ha mantenido  a duras penas, en los huesos, que ya han sido curados, puestos a punto, en carga, fortalecidos con una nueva  y más eficiente tecnología. Al final otros han tenido menos fortuna que éste y siguen esperando a una posible reforma o ya en las últimas, su destrucción. Un paisaje urbano catastrófico le rodea. Tapias enormes, sin prisas, inacabadas, nada amables. Aceros corrugados que señalan al cielo  han quedado estancados, parados, esperan como rezando con  ferviente devoción. Carteles descoloridos que anunciaban muchas oportunidades  palidecidos hasta el punto de ya no ser legibles. Sigo con la lista de la libreta tachando órdenes ejecutadas y otras para revisar. He detectado alguna que otra deficiencia, la marco en rojo y la subrayo con vehemencia para comprobarla en la próxima sesión. Hemos pasado dos horas contemplándonos, disfrutándonos el uno del otro. He aclarado las dudas para la siguiente fase de proyecto. Nos despedimos con entusiasmo, con anhelo de que pasen pronto los días y volvamos a vernos cada día un poquito más avanzada la obra y mejor. De nuevo me he quedado solo.
De repente suena el teléfono. Ha ocurrido un imprevisto fortuito. Un gélido escalofrío me atraviesa de arriba abajo como un rayo. Unos segundos que se hacen minutos. El silencio ocupa todo el espacio a mi alrededor. Se rompe. Un brinco me hace saltar del aposento, abrir el grifo, vestirme a toda prisa, conectar la cafetera y mirar al espejo. Vuelve a sonar el maldito teléfono. No entiendo nada de lo que susurra una voz a lo lejos. Acelero y llego al edificio en cuestión, aquel que visito cada semana con mimo. Esta vez hay gente pululando cerca de él. Sirenas. Luces. Cintas de prohibido el paso. Mi cabeza no procesa bien esta información. En breve se destapa el siniestro. Un cuerpo humano sin vida yace tendido en el forjado primero. Hay restos del forcejeo. Ajetreo. Muchedumbre. Agitación. Pensamiento en blanco y negro. Me entrevistan para conocer las medidas de seguridad de la obra. Todo está en orden  y según lo estipulado. No es cuestión de falta de responsabilidades o negligencias humanas de la dirección facultativa, se oye decir retumbando en el vacío inmenso del espacio. Respiración larga y profunda. Una desgracia ha ocurrido eligiendo este escenario como fondo de la representación. Unos matones bandidos han acabado con una vida, aleatoria, por temas económicos, sin escrúpulos, sin corazón y sin razón. Me lamento mirando los planos de obra ¡Lo que le ha tocado vivir a este edificio que ni si quiera ha nacido o servido aún!. No sale de su asombro después de llegar casi su muerte, es salvado, ahora presencia y es participe en sus propias carnes de un desgraciado caso de violencia extrema sin sentido. ¿Tendrá secuelas este hecho en la propia vida del edificio o de lo que ocurra después en su interior? me pregunto mientras bajo por los peldaños provisionales llevándome las manos a la cabeza. Han pasado quince días del presunto asesinato. Se ha limpiado todo resto de lo ocurrido. En manos de la justicia ha quedado el asunto. Identificado el cadáver y los sospechosos. El tiempo ha quedado detenido pero sigue acelerando todo en su entorno. Continuamos con la construcción.

Vuelve la calma, las visitas a mi obra predilecta. Hoy es jueves de nuevo, toca agilizar el proceso de trabajo por el retraso inesperado y turbulento. Ya con los ánimos sosegados sigo a la marcha de la revisión. Están recepcionados los materiales llegados al sitio, pedidos los de la siguiente fase. Comienza el replanteo de nuevo de la envolvente del edificio. Hay que adaptarse a las nuevas exigencias surgidas estos años perdidos, repensar, buscar e intentar conseguir la mejor opción. El edificio pide a gritos que se le escuche. Ha vivido  sin fachada todo este tiempo que ahora siente miedo a pensar en ser tapado por capas y capas envolviéndolo. Una fachada inexistente. Se ha acostumbrado a ver la calle, a los niños pasando velozmente con sus mochilas pesadas, a los perros al alba y al atardecer, que no quiere perder esos minutos de gozo. Percibo ese aliento cada vez que recorro su recinto. La fachada quiere ser una piel muy ligera parecida a la piel humana, porosa, transpirable que adapte su temperatura al estado que hace fuera o a cómo se sienta por dentro. ¡Qué difícil tarea se presenta ésta la del Arquitecto! Investigación a marchas forzadas. Desarrollo al instante. Innovación reinventada. Cambios infinitos y pesados, in situ. Tarde de decisiones importantes. Modificaciones, permutas, llamadas, bibliotecas, libros, google avanzado, hipótesis, más cambios, dolor de cabeza…Una voz en of me habla, muy tenuemente, en mi oído advirtiéndome de los problemas y la responsabilidad que ha tomado llevar las riendas de este renovado proyecto. Por un momento el pepito grillo vengativo ha venido para alejarme de esta ensoñación. Retomo los libros, la búsqueda, las llamadas e email a determinados expertos en el asunto, los nervios, las dudas, en modo de excitación. Abro la carpeta de mi pc “en construcción” introduzco la documentación recibida. Al poco rato pienso, dibujo, empiezo una maqueta volumétrica de un detalle. Por fin, decido.
Ha llegado el momento preciso para colocar en la obra las piezas celulares sobre un entramado geométrico. Como una odisea en el espacio me hallo. Ese mismo entramado permanece en mi mente enmarañándolo todo. No puedo ver con claridad, mis ojos solo ven una amalgama de aristas y triángulos. Un instante lúcido. Repaso los últimos planos creados. Una niña con zapatos nuevos me siento. Avanza el procedimiento. No hay lugar para el método “prueba-error”. ¡Todo tiene que encajar preciso desde el principio! resoplo. El sol inicia su actividad. La luz primero rosácea, luego morada y acaba en dorada, choca suavemente con la nueva protección de la fachada. Se abre paso una visión más cambiante del conjunto. La geometría ya no es la misma. Unas nuevas sombras arrojadas inquietantes aparecen en el pavimento. La piel está interactuando con el medio. ¡Parece que ha funcionado el invento! respiro. Disfruto mucho de esta situación tan mágica que se ha creado en este futuro edificio. Un colega perito se presenta, sin avisar previamente ese día, observa sin detenimiento. Ha quedado enloquecido por la grata experiencia del juego de luces que se está viviendo en ese transcurso de tiempo. Ha acudido a mi pertinente insistencia. Cuatro ojos ven más que dos siempre se ha dicho. Cercioramos juntos todo el proyecto tanto en los planos como en directo. Cierro con llave la puerta del que va a ser un inmueble. Dos cervezas bien frías chorrean posadas sobre la barra del bar de enfrente. El trabajo bien hecho ha merecido un respiro entre tanto calor veraniego, desmayo sin resuello. Lo que ha ocurrido hoy en la obra ha sido tremendamente precioso y muy emotivo, dice mi colega acto seguido de tomar un sorbo del líquido color tostado. Una imagen móvil se ha guardado en mi retina. La luz transformadora  ha hecho posible el espacio. Un lugar anodino y aletargado, ha revivido gracias a ella y a unos cuantos cuidados previos. Apunto una nota con la hora, el día, el lugar exacto.
El sonido de un claxon me avisa de que está en verde el semáforo…

Pd: quería presentarme a un concurso de relatos para Arquitectos pero el niño se puso malito y...